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“Los investigadores crean una suerte de escalera con origen en la antigüedad que se proyecta al futuro”

Christiane Dosne de Pasqualini, Investigadora Emérita del CONICET. En un día especial nuestro homenaje a una científica ejemplar.

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10 de abril de 2019

La cita era el día 10 de septiembre de 1991. Una a una, el total de las casi mil butacas que se distribuyen en el aula Magna de la Facultad de Medicina, se habían ido ocupando. En la platea y las tres bandejas altas, otro centenar de asistentes de pie, asomaba por los balcones. Aguardaban en medio de un murmullo solemne, para aplaudir a la Dra. Christiane Dosne de Pasqualini, quien ocuparía el sitial Nº3, “Eduardo Braun Menendez” correspondiente a la especialidad Biología Molecular. La Academia Nacional de Medicina es lo que podría considerarse como “la mesa redonda del rey Arturo”. ¿Quién diría que iba a llegar hasta allí, cuando cuarenta y nueve años atrás aprendía castellano jugando al truco en una pensión? Si a ella misma los “señores académicos” siempre le habían parecido imponentes y distantes.  Ahora, que estaba a punto de convertirse en “miembro titular”, Christiane se acomodó el trajecito de corte inglés y recordó viajes y congresos junto a su esposo. “¿No hubiera sido más lógico que lo nombraran a él?”. Rodolfo era nada más y nada menos que el Dr. Pasqualini, destacado médico e investigador y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Si había alguien a quien le correspondía ese reconocimiento, pensó ella, era a su marido. Pero las circunstancias eran otras: por el simple hecho de ser mujer, se estaba escribiendo un capítulo nuevo de la misma historia, pero diferente a todos.

Christiane cumplió 99 años en febrero pasado. Nació en Francia en 1920 y a sus seis años, la familia emigró a Canadá. Junto a sus tres hermanos, creció en un clima de cariño y optimismo. En su casa había una consigna: “Il faut ètre gai” (hay que ser alegre). Su padre era ingeniero y cuando le contaba acerca de las clases de Marie Curie, a las que había asistido en la Sorbona, le provocaba “una extraña fascinación”. En sus primeros pasos hacia lo desconocido, tuvo que cambiarse de colegio, porque las monjas no enseñaban ciencia a las mujeres en esa época.

Supo abrirse horizontes: apasionada, fue voluntaria un año antes de graduarse, trabajando ad honorem durante sus vacaciones de 1938 en el laboratorio del Ottawa General Hospitaly, en Canadá. En 1942 obtuvo su Ph.D en Medicina Experimental en McGill University y luego se convirtió en discípula del reconocido “genio del stress” Hans Selye.  Ese mismo año, su mentor motivaría el siguiente paso: “Si quiere hacer investigación, cuánto antes la conozcan mejor”. Pronto notificaron a la joven doctora: “Ganó la beca para ir a Buenos Aires, pero estamos en guerra así que, por favor tome su opción y vaya a la Universidad de Yale”. Entusiasmada con la noticia, corrió al escritorio de Selye quien, según ella misma describe en “Quise lo que hice, autobiografía de una investigadora científica” (Ed. Leviatán, 2007), exclamó: “Esta es su única ocasión de ir a Buenos Aires, no la deje pasar”. Estudiar un año en Argentina sería definitorio en su vida profesional y personal. El país había ingresado recientemente al mapa mundial de la Fisiología gracias a Bernardo Houssay, quien se convertiría años más tarde, en el primer Premio Nobel argentino y latinoamericano.

En pleno conflicto bélico, Christiane viajó durante un mes en barco y tren para llegar a Argentina.  Durante el año que trabajó como becaria de Houssay, vivió en una pensión, aprendió el lunfardo, quiso ver un partido de Boca-River y aprendió costumbres, al punto de corregir a otros extranjeros en caso que, en vez de vino, se les ocurriera pedir leche para acompañar un bife de chorizo en algún restaurante. Buenos Aires era una ciudad que todavía, a pesar de sus 3.5 millones de habitantes era considerada “pueblo chico”. Le habían advertido sobre los chismes y el modo lascivo e insistente, que tenían los hombres de mirar a las mujeres. Sin embargo, a la Dra. los piropos le resultaban divertidos e ingeniosos y solía darse vuelta para preguntar “¿qué dijo?”, cuando su castellano aún le impedía entender bien. Tan sólo unos meses después de llegar, le escribía a su madre contándole que había encontrado en Argentina “el ambiente latino de su casa paterna junto a la alegría de vivir que no existía en el anglosajón”. Eso incluía el ritmo de trabajo en el laboratorio, donde se apropió del “entusiasmo contagioso” que se respiraba a tiempo completo.

Como discípula, describe a Hans Selye y Bernardo Houssay, explicando que ambos compartían el fuego sagrado del investigador: devotos y dedicados. El instituto de Fisiología hacía el tan comentado “full time” (tiempo completo) que, según Christiane era una rutina que se parecía a la de McGill. “Los dos eran de meter la mano en la masa:  operaban a sus perros, ratas, sapos, lo hacían personalmente no lo mandaban a hacer. Yo creo que un buen jefe es el que no hace de jefe. Es el que le dice a los otros `yo te enseño y después seguí solo´ pero para enseñar pone la mano en la masa”.

En 1943, su beca en Buenos Aires había finalizado y estaba trabajando en Chile, cuando le llega la noticia que a Bernardo Houssay lo habían expulsado de su cargo en la Universidad de Buenos Aires. En ese entonces, preocupada por la situación, la Dra. escribió a colegas e informó a la Comisión de Científicos Norteamericanos siendo una de las responsables de la creación del “Houssay Journal Found” que consistía en 247 donantes que pagaban las suscripciones a revistas científicas que le permitieron mantenerse actualizado en sus investigaciones y estudios. Por esos años, la correspondencia con Rodolfo Pasqualini afianzaría el vínculo y serían para siempre más que colegas.

Finalmente, en noviembre de 1944, Christiane Dosne se casó con Rodolfo en Canadá. Las consignas acordadas fueron claras: ella pidió que esto nunca trabe su trabajo y él, que Argentina fuera su país de residencia permanente. Christiane volvió a Buenos Aires, ahora era Dosne de Pasqualini. Eligió una vida de investigación en endocrinología, hematología y especialmente en leucemia.  Simultáneamente criaron cinco hijos, se convirtieron en abuelos y bisabuelos. “Casarse y tener hijos, puede perfectamente conciliarse con el desarrollo normal de una carrera, con la colaboración incondicional de su esposo y sus hijos, colaboración con la que siempre pude contar”.

Emigrar implicó adoptar una perspectiva particular. Como esposa, ante todo, pero también aprendió sobre los altibajos socio-políticos que influenciaron directamente a la ciencia, a la investigación y a sus protagonistas década a década.  Decepcionada, describe en su autobiografía el modo en que la prensa local, cuando Bernardo Houssay ganó el Premio Nobel, no le dio la importancia que merecía el acontecimiento: “Es necesario decir que la investigación biomédica “houssayana” no solamente condujo al Premio Nobel, sino que fue la vía seguida por tantos investigadores argentinos que a su vez formaron las nuevas generaciones de fisiólogos y endocrinólogos que actualmente se destacan a nivel nacional e internacional”. No iba a ser lo único por lo que se indignaría.

“A mí me fue muy mal con los médicos, porque están pendientes del paciente”, relató años atrás la especialista en medicina experimental en una entrevista: “Sus ratas molestan, sáquelas”, le decían los académicos. “Yo les digo: bueno, muy bien: en el paciente andá al paciente; pero acá yo tengo ratones, y si sabemos bien qué pasa con el ratón, vamos a saber después qué pasa con el hombre…un poco la idea es así.” Al parecer resultó complejo: “Y… claro, porque meter ratones en la Academia, ¡imagínate!”. La Dra. Christiane Dosne de Pasqualini, convenció a todos los académicos en una sesión, en la que le explicó a cada uno lo que era la investigación en cáncer. Gracias a lo cual, en 1964, luego de siete años de insistencia, se aprobó la creación del primer criadero que formó parte del Instituto Nacional de Endocrinología (cuyo director y fundador era su marido, Rodolfo Q. Pasqualini ya entonces pionero de la Endocrinología argentina). Christiane cuestionó todo lo que le pusiera freno al conocimiento: ejemplo de ello es cuando, aceptó fundar la Sección de Leucemia Experimental, pero insistió para que no solo se investigue – como se pretendía-   sobre el “efecto de dos o tres drogas” por año sino, la verdadera causa de la leucemia. Del mismo modo y haciendo eco de sus maestros, cuestionó que los directores no debían firmar los trabajos sin “meter las manos en la masa”.

Se hizo ciertas preguntas -que la obligaron- en experimentos y en la vida, a reflexionar y aplicar el “stop and reconsider” (parar y reconsiderar). Como cuando, sin darse cuenta, en pleno congreso, rodeada de canadienses expresó naturalmente “nosotros” y ellos le preguntaron: “¿nosotros, quienes?” (por su doble nacionalidad canadiense/argentina). También cuando The world Academy of Science (TWAS) la invitó para debatir “El papel de la mujer en el desarrollo de la ciencia y la tecnología en el tercer mundo”. Christiane se preguntó: “¿Por qué particularmente mujeres?”, y en especial “¿Argentina era considerada tercer mundo en ciencias?”. Era el año 1988 y aun inmersa en una vida de intercambio internacional, congresos y reuniones, ese enfoque la sorprendió. “La ciencia no tiene patria, pero el hombre de ciencia la tiene” opinaba Bernardo Houssay. Hacía años que Christiane había adoptado la nacionalidad argentina. Las décadas siguientes la verían defendiendo a los investigadores y a la ciencia nacional.

La primera mujer médica argentina se había graduado en el año 1889, Cecilia Grierson. La segunda, Elvira Rawson de Dellepiane, en 1829. En la primera década del siglo XX, hubo 11 médicas, seguidas de 29 en la segunda y 51 en la tercera. En 1980, el 51% de las graduadas en medicina eran mujeres. Le llevó 169 años a la Academia Nacional de Medicina recibir a la primera académica: “Soy la primera mujer que se incorpora, me consta que esa elección no fue fácil para los señores académicos, nunca es fácil romper una tradición” dijo en su discurso frente a su familia, amigos y una multitud atenta.

En 1991 se homenajeaba en el aula magna a la Dra. Christiane Dosne de Pasqualini: “destacada por la formación de 42 investigadores, algunos de los cuales hoy ocupan las máximas responsabilidades en Institutos Nacionales e Internacionales. Su obra está estampada en 621 trabajos, 373 en forma de presentaciones y congresos, de los cuales 128 se publicaron en revistas nacionales y 120 en internacionales” expreso el entonces presidente de la Academia Nacional de Medicina. Escribió artículos de difusión e incluso participó en televisión para visibilizar la situación urgente y preocupante que vivía la ciencia argentina por entonces. “Más que el placer de recibir un premio, me dieron la posibilidad de salir de mi torre de marfil para opinar sobre el problema de los investigadores, que para mí fue una auténtica preocupación”, escribe en sus memorias.

Christiane fue una de las primeras en ingresar a la Carrera del Investigador; testigo de la fundación del CONICET en 1958.

Investigadora, científica, esposa, madre y abuela, en 1995 la Fundación Noel, junto con el Fondo de Desarrollo de la Mujer de las Naciones Unidas (UNIFEM) la eligieron, junto a otras 6 mujeres más, para otorgarle el Lifetime Commitment Award, con el lema “A celebration of Inspiration and Commitment” (una celebración de inspiración y compromiso). Una de las otras seis mujeres con las que compartiría para siempre el honor, era la Madre Teresa de Calcuta.

La primera vez que su alegría de vivir tambaleó fue cuando en 2004 falleció su marido. Había empezado como ejercicio unos meses antes, lo que sería luego su autobiografía. Christiane siguió escribiendo: “Mientras tanto continuo mi relato, tengo la impresión de que escribir y recordar mis primeros encuentros con Rodolfo me ayudara a reponerme de su tan dolorosa ausencia.” En un reportaje explica:

  • ¿Qué es lo que la anima a continuar, día a día, su tarea científica?
  • No imagino mi existencia sin el laboratorio. Se trata de un modo de vida, un afán para entender cada vez más, para apreciar cada descubrimiento relacionado con mi tema, vale decir para tratar de comprender cada vez mejor por qué aparece un tumor y por qué puede crecer en un organismo que tendría que ser capaz de frenarlo. Además, Los investigadores formamos una gran familia, donde el becario aprende el idioma de la investigación con su director, quien a su vez lo aprendió del suyo, creando una suerte de escalera que tiene su origen en los tiempos antiguos y que se proyecta hacia el futuro.

Su influencia modificó para siempre la perspectiva de “esa escalera” que es la investigación: “Yo veo la investigación como un hombre gigante que sabe todo, mitológico. Y encima de sus hombros vienen acumulándose todos los investigadores de todas las etapas. Es decir, lo que era cierto hace cincuenta años, no deja de ser cierto hoy, por esos son hechos. Pero la interpretación ha cambiado.” Tal vez hoy se trate también de una mujer gigante que sabe todo, mitológica.

Fuente: DRI CONICET