Los pequeños acorazados de Mendoza
Hay unos pequeños mamíferos que habitan Mendoza y suelen pasar desapercibidos: los armadillos o quirquinchos. Mariella Superina, investigadora del IMBECU, explica por qué son importantes para el ambiente.
Ejemplar de pichiciego. Es tan poco conocido que no se puede evaluar si está amenazado. Es Monumento Natural Provincial. Foto: Mariella Superina.
Por Mariella Superina, investigadora del CONICET en el IMBECU
Hay unos pequeños mamíferos que habitan Mendoza y suelen pasar desapercibidos. No serán tan famosos como los tigres, leones y jirafas que conocen los niños, pero son tan importantes para el ambiente como esos grandes ejemplares. Sobre todo, son animales que sólo encontraremos en las Américas. Estamos hablando de los armadillos, también conocidos como quirquinchos.
Los armadillos y sus parientes más cercanos, los perezosos y osos hormigueros, conforman uno de los cuatro principales linajes de mamíferos placentados llamado Xenarthra. Este nombre se refiere a las articulaciones adicionales que poseen estos animales en algunas de sus vértebras, pero que no tiene ninguna otra especie. El registro fósil indica que los xenartros surgieron en Sudamérica hace al menos 65 millones de años; aún hoy, sólo se los encuentra en las Américas. Las veintidós especies de armadillos actuales son más pequeñas que la mayoría de sus ancestros, pero no menos fascinantes.
El conocimiento científico sobre los armadillos es limitado ya que no es fácil estudiarlos, tanto por los ambientes en los que viven como por sus hábitos: son solitarios, pasan gran parte de su vida en madrigueras y generalmente son activos de noche.
La característica más sobresaliente de los armadillos es la presencia de una coraza relativamente flexible, formada por pequeñas placas óseas que están cubiertas por escamas córneas. Por su aspecto, los primeros naturalistas creían que los armadillos eran parientes de las tortugas. De hecho, aún hoy a veces nos preguntan si los armadillos ponen huevos, pero son mamíferos que dan a luz a sus crías y las amamantan durante varias semanas.
Todos los armadillos se alimentan de insectos, aunque algunos ampliaron su dieta a otros ingredientes, incluyendo pequeños vertebrados y materia vegetal. A lo largo de la evolución, los armadillos redujeron sus gastos energéticos como adaptación a esta dieta con bajo contenido nutricional. Al tener un metabolismo más lento también producen menos calor, por lo que su temperatura corporal es más baja y variable que la de otros mamíferos.
El caso más extremo se puede observar en el piche (Zaedyus pichiy), una de las cinco especies que podemos encontrar en Mendoza. Este pequeño armadillo puede entrar en hibernación para sobrevivir los fríos inviernos patagónicos. Entre mayo y agosto, el piche reduce su metabolismo y deja que su temperatura corporal baje a unos 14,5 grados para ahorrar energía; durante este período raras veces sale de su madriguera. El piche pesa aproximadamente 1 kg y se reconoce por su coraza color arena hasta negro, siempre con una franja más clara en el lomo y el borde de la coraza en forma de serrucho. Si bien es una especie típica de la estepa patagónica, también es frecuente en el desierto del Monte. Es la especie más buscada en Mendoza por los cazadores furtivos, lo cual ha llevado a una reducción de sus poblaciones y su categorización como Casi Amenazado. En otras palabras, está al borde de ser una especie amenazada de extinción. También la afecta la pérdida de hábitat.
El piche llorón (Chaetophractus vellerosus) es un poco más chico que el piche, pesando alrededor de 800 gramos. Su nombre común se debe al fuerte grito que emite cuando se siente amenazado. En Mendoza también le dicen mulita debido a sus grandes orejas. Prefiere ambientes secos, por lo que lo podemos encontrar en el desierto del Monte en el norte y este de la provincia. No es tan común verlo ya que es más activo de noche. Si bien está categorizado como Preocupación Menor, el piche llorón está afectado por las actividades antrópicas, especialmente la caza ilegal para consumo y su uso como mascota, pero también por la pérdida y modificación de su hábitat. En otras partes de su distribución, principalmente en el norte de Argentina y en Bolivia, es intensamente cazado para ser utilizado para fabricar charangos, matracas y otras artesanías.
Con un peso de 2 a 5 kg, el peludo (Chaetophractus villosus) es la mayor especie de armadillo que podemos encontrar en Mendoza. Su coraza es más oscura que la de las dos especies anteriores, y tiene orejas proporcionalmente más pequeñas que el piche llorón. El peludo es una de las especies de armadillo más comunes en Argentina. Está presente en una amplia variedad de hábitats, incluyendo agroecosistemas, y puede aprovechar basurales y sitios de compostaje. A pesar de estar afectado por la caza furtiva, el peludo no está categorizado como amenazado.
El mataco bola (Tolypeutes matacus) prácticamente ha desaparecido del territorio mendocino. A veces se puede observar algún ejemplar cerca del río Desaguadero, pero los hallazgos son ocasionales. Es una de las dos especies de armadillos que pueden enrollarse por completo para formar una pelota casi perfecta. Es una excelente estrategia para protegerse de los depredadores –es casi imposible para ellos abrir esta pelota– pero también es uno de los principales factores por los que es tan raro en Mendoza y está categorizado como Casi Amenazado: Para el humano es muy fácil capturarlo para consumir su carne o usarlo como mascota, ya que se enrolla ni bien se siente amenazado. Este peculiar armadillo, de 1,5 kg de peso, también está afectado por la degradación de su hábitat.
El pichiciego (Chlamyphorus truncatus) es, sin lugar a dudas, el más fascinante de los armadillos mendocinos. Pesa unos 100 g y vive casi exclusivamente bajo tierra, por lo que los registros son escasos. Está categorizado como Datos Insuficientes, o sea, se sabe tan poco del pichiciego que no se puede evaluar si está amenazado o no. Su cuerpo está cubierto por completo de pelos sedosos para protegerlo de las temperaturas extremas del desierto. Utiliza su fina coraza para regular su temperatura corporal, por lo que tiene un color rosado más intenso cuando hace calor. Cuando escarba su madriguera, cada tanto da unos pasos hacia atrás para compactar la arena a la zaga suya con su placa vertical. En Mendoza es considerado Monumento Natural.
Los armadillos juegan un papel fundamental en el ambiente. Al hacer sus madrigueras remueven el suelo evitando su compactación, facilitando el drenaje de agua y la circulación de oxígeno y nutrientes. Además, son controladores naturales de insectos. Es nuestra responsabilidad cuidar estos pequeños acorazados para mantener la biodiversidad de Mendoza.