Incendios en el Amazonas… más sequía y desertificación en Argentina
La investigadora del CONICET, Elena Abraham, alerta sobre el peligro de las quemas intencionales en la selva amazónica y advierte sus posibles consecuencias para nuestro país.
Por Elena María Abraham*
Los fuegos intencionales son un escenario al que lamentablemente nos hemos acostumbrado, pero aquellos a los que estamos asistiendo en la actualidad superan nuestra comprensión. Han pasado semanas y ya no son título de tapa de los periódicos y solo algunos grupos siguen insistiendo sobre sus consecuencias. Pero lo más peligroso, es que lo aceptamos como un desastre que tenemos que asumir. Eso me motivó a escribir estas líneas. La sociedad no puede aceptar estos eventos y dejarlos pasar solo con expresiones de asombro y repudio, o plantando árboles para calmar su conciencia. Las consecuencias son enormes para todo el planeta, y especialmente para nuestro país.
Un argentino, Rolando García, realizó grandes contribuciones a la teoría de sistemas complejos, ayudándonos a entender su marco conceptual y epistemológico, pero sobre todo su dinámica y la posición en que nos sitúan ante la ciencia. Para García, los sistemas complejos -compuestos por subsistemas y procesos de diferente nivel- son un problema de estructuras imbricadas donde diferentes procesos y componentes interactúan entre sí de manera no mecánica ni lineal (en nuestro caso la selva amazónica). Las perturbaciones exógenas o endógenas generan reacciones en otros niveles de procesos que o contrarrestan la perturbación o desencadenan procesos para reorganizar la estructura (los incendios). Esta posición nos permite avizorar las consecuencias, no solo para el planeta sino para nuestro país, que pueden tener hechos tan trascendentes como los incendios en la Amazonia. La degradación de tierras/desertificación, es la pérdida de un ecosistema de su capacidad productiva y de generación de bienes y servicios por mal uso –abuso- antrópico. El enfoque de sistemas complejos es el que mejor se adapta a entender su naturaleza y nos permite enmarcar y comprender causas y consecuencias de lo que está sucediendo en la Amazonia.
Primero fue la Chiquitanía y rápidamente los múltiples focos generados por la quema de los “chacos” para desmontar el bosque se extendieron, y la Amazonia sigue quemándose sin control. No es la sequía la responsable, la quema tiene nombre y apellido: madereros, mineros, explotaciones intensivas agropecuarias, tomadores de decisión que lo permiten y que en algunos casos operan a favor de ello, en fin, todos los procesos y agentes relacionados con la expansión de la frontera agropecuaria, que se valen de la motosierra, las quemas en la estación seca y la topadora para “ponerla en valor”, en una posición brutalmente extractivista. No es un hecho reciente, ya a fines de siglo XIX asistimos imperturbables a la desaparición de uno de los ecosistemas de bosque más importantes: la mata atlántica, en su momento la tercera formación forestal del planeta, de la que en la actualidad solo permanece el siete por ciento de su extensión original protegida por parques nacionales.
La selva conforma un sistema casi cerrado: llueve porque hay selva y hay selva porque llueve. Desarrollada sobre un suelo somero, de poco espesor y escasos nutrientes, se autofertiliza por la rápida descomposición de su materia orgánica. Si eliminamos la selva, y la reemplazamos con monocultivos o ganado, las lluvias se reducen, aumenta la escorrentía y el suelo, sin protección, se convierte, en los casos más extremos en laterita (del latín later=ladrillo). Estos son depósitos fuertemente enriquecidos en óxidos e hidróxidos de hierro, producto de la meteorización química, en general, en zonas de relieve horizontal sobre rocas ricas en hierro, que forman costras que pueden llegar a varios metros, de color rojo, duras, impermeables e improductivas.
Por otra parte, otra consecuencia, no menor, es que la falta de lluvias en el territorio del Amazonas, producirá una disminución de los caudales líquidos y un aumento de los caudales sólidos, afectando necesariamente a los grandes emprendimientos de generación hidroeléctrica, a la navegación y a la infraestructura portuaria argentina, que es país baja cuenca.
La selva provee oxígeno al planeta, agua y recursos biológicos. Es un ecosistema megadiverso con el diez por ciento de la biodiversidad mundial, con poblaciones originarias que viven y se reproducen en ese territorio. Libera oxígeno, almacena dióxido de carbono en grandes cantidades y filtra el agua que produce a través de su ciclo de nutrientes antes de que ésta llegue al océano. Su pérdida por la quema es un verdadero ecocidio: durante el proceso de incendio, se libera el dióxido de carbono que engrosa los gases de efecto invernadero contribuyendo así al calentamiento global. Actúan como un verdadero aislante que envuelve a la tierra e impide que la radiación infrarroja, el calor terrestre, se escape, genrando un incremento de temperatura, con las consecuencias que todos sabemos en relación con los escenarios de cambio global. Esta, además de la irrecuperable pérdida de biodiversidad y de nutrientes, es la consecuencia directa y más visible del incendio. Sin embargo, podemos esperar otras consecuencias no deseadas en el corto y mediano plazo. Si desaparece la selva, será reemplazada por una sabana, o por un agrosistema empobrecido de ganadería o monocultivo, incapaz de proveer los servicios ecosistémicos que proveía el sistema original. Las consecuencias para Argentina serán difíciles de prever, pero podemos pensar que, al disminuir los bosques, el ciclo de lluvias se alterará, generando más meses de estación seca. La Amazonia genera precipitaciones para toda la cuenca del Plata, de las cuales, aproximadamente, el veinte por ciento llega a la llanura pampeana, con producción intensiva de soja y ganadería, y, por otro lado, genera prácticamente toda la lluvia monzónica de la llanura chaqueña, que está sufriendo una acelerada transformación de sus usos del suelo con la conversión del monte a monocultivos. Si las precipitaciones no llegan, en su lugar llegará la sequía. El aumento de la estación seca produciría un avance del Chaco Seco a expensas del Chaco Húmedo. La llanura pampeana y el Chaco son los dos ecosistemas que producen la mayor parte del producto bruto agropecuario de nuestro país.
Hasta julio de 2019, la tasa de deforestación en Amazonia llegó al doceintos setenta y ocho por ciento más que en el mismo período de 2018, los focos de fuego contabilizaron un ocheta y tres por ciento y las multas se redujeron un treinta por ciento Para el Chaco argentino aún no hay información. Lo que sí sabemos es que según datos del IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático) para 2013, ya se alertaba que el 4,3 por ciento de la deforestación mundial sucedía en Argentina, con foco en Santiago del Estero, Salta, Formosa y Chaco, donde se contabilizaba el ochenta por ciento de los desmontes. Las denuncias por desmontes ilegales, se realizan todos los días, por ONG, pobladores y científicos. En el caso del Chaco, los bosques, actúan como una esponja natural, que ayuda a prevenir las inundaciones. Según el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, una hectárea con bosque chaqueño absorbe en una hora trecientos milímetros de agua, mientras que una con pasturas, cien milímetros, y una con soja tan sólo treinta milímetros. Estos bosques están siendo sistemática y aceleradamente destruidos por la industria agropecuaria y la ganadería intensiva que avanza sin ningún control. Gran parte de la deforestación se realiza en zonas protegidas por la Ley de Bosques. Las inundaciones cada vez más frecuentes que azotan a la región norte y litoral del país cada verano son una consecuencia directa de la destrucción de los bosques nativos. Estos fenómenos complejos son claro ejemplo de los procesos de desertificación, que involucran un componente natural (déficit de agua, tierras secas) pero sobre todo uno antrópico: el mal uso, o el uso desmedido que hacemos de estos sistemas de tierras secas.
Argentina tiene casi el setenta por ciento de su territorio bajo condiciones de sequedad, y la degradación de tierras/desertificación avanza año a año, sin control. El CONICET ha generado, a través de una de sus Redes Institucionales Orientadas a la Solución de Problemas (RIOSP) el Observatorio Nacional de Degradación de Tierras y Desertificación (ONDYT), con sede en el Instituto Argentino de Investigaciones de Zonas Aridas (IADIZA, CONICET-UNCUYO), en un esfuerzo conjunto entre el sector científico y tecnológico (IADIZA, INTA, UBA) y los tomadores de decisión (Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación). Desde 2011 el Observatorio se dedica a trabajar en el conocimiento y la medición de los procesos de degradación de tierras/desertificación que afectan al país. El objetivo fundamental es poner este tema en la agenda de los tomadores de decisión, dado que la mejor medida es prevenir antes que recuperar.
Aún cuando estas previsiones fueran muy extremas, no podemos ignorar los efectos que una economía extractivista está produciendo en nuestro planeta, y sus efectos globales, regionales y locales. El enfoque de sistemas complejos nos advierte que si desaparece la selva, no solo desaparece un ambiente único y fundamental, también se reducirá la capacidad de Argentina como país agropecuario. Mientras más ganado haya en Amazonas, menos habrá en Argentina, mientras mayor sea la desertificación en Amazonia, mayores, más extendidos y más intensos serán estos procesos en una Argentina que ya está sufriendo los efectos de este flagelo por sus propias decisiones en relación con los usos del suelo de las tierras secas que conforman la mayor parte de nuestro país.
*Investigadora principal del CONICET. Directora CCT – CONICET Mendoza. Coordinadora Científica del Observatorio Nacional de Evaluación y Monitoreo de la Degradación de Tierras/Desertificación.