Divulgación Científica

Ecología: Desencuentros en la naturaleza

En los ecosistemas, las etapas del ciclo de vida de los organismos vivos deben ocurrir simultáneamente con las de otras especies de las que dependen. Diego Vázquez, investigador del CONICET en el IADIZA, relata qué sucede cuando esto no ocurre como debería.

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18 de septiembre de 2023

Algunas de las especies de abejas que estudiamos en la Reserva Natural Villavicencio. En sentido horario desde arriba a la izquierda: la abeja cortadora de pétalos Megachile nigella entrando a una de nuestras trampas nido; la abeja cortadora de pétalos Megachile leucografa visitando una flor de la jarilla Larrea divaricata; una hembra del abejorro carpintero Xylocopa atamisquensis visitando una flor de la jarilla; un macho del abejorro carpintero X. atamisquensis; la abeja cardadora Anthidium vigintipunctatum en una trampa nido; la abeja carpintera Trichothurgus laticeps.

Por Diego P. Vázquez, investigador del CONICET en el IADIZA

En su cuento Funes el memorioso, Jorge Luis Borges cuenta la historia de Irineo Funes, un muchacho que, tras golpearse al caer de un caballo, adquirió una memoria absoluta; o dicho de otro modo, perdió la capacidad de olvidar. Funes podía, por ejemplo, recordar cada palabra de cada libro leído, cada detalle de cada día vivido, cada hoja de cada árbol de cada monte y cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Pero aun antes de su accidente Funes era conocido por algunas peculiaridades, incluyendo la de “saber siempre la hora, como un reloj”.

En la naturaleza, los organismos vivos necesitan percibir el tiempo y, como Funes, lo hacen sin recurrir a un reloj, pero de un modo bastante más impreciso. Las distintas etapas del ciclo de vida deben ocurrir en los momentos oportunos para que los organismos puedan desarrollarse, sobrevivir y reproducirse. Por ejemplo, a las plantas les conviene que sus hojas broten y crezcan cuando ya no hay peligro de heladas que las puedan dañar, mientras que los pichones de muchas especies de aves tienen más chances de sobrevivir al invierno si nacen y se desarrollan durante la primavera y el verano. Y como los individuos de distintas especies no viven aislados sino que interactúan con otros organismos, tanto de su misma especie como de otras (incluyendo las que les sirven de alimento y los mutualistas como polinizadores y dispersores de semillas), sus ciclos de vida deben estar sincronizados para poder encontrarse.

El problema es que la sincronización de las distintas especies deja bastante que desear, lo que genera grandes desencuentros. Este problema radica en que los ciclos de vida de distintas especies están calibrados con una variedad de factores ambientales que incluyen a la temperatura, la precipitación y la duración del día y de la noche (que en nuestra jerga los científicos llamamos fotoperíodo). Algunos de estos factores varían entre años y otros no, por lo que los ciclos de vida de las distintas especies a veces coinciden, y a veces no. Por ejemplo, la temperatura del 5 de septiembre, o la de la tercera semana de noviembre, puede variar ampliamente de un año a otro, mientras que las horas de luz para esos períodos son exactamente las mismas en años distintos. Entonces, si el desarrollo de las hojas de una planta responde a la temperatura, y el desarrollo de un insecto herbívoro que se alimenta de las hojas de esta planta responde al fotoperíodo, la variación de la temperatura entre años va a generar una desincronización en los ciclos de vida de estas dos especies. Esta desincronización no sería necesariamente un problema si el herbívoro fuera un generalista que se alimenta de muchas especies de plantas con hojas disponibles en distintos momentos, pero sí sería una catástrofe si el herbívoro fuera un especialista que solo se alimenta de esa especie (como esos niños que solo comen fideos con tuco o milanesas con puré).

Las abejas son insectos que dependen de las flores como fuente de alimento y, en algunos casos, como material de construcción para sus nidos. Hay unas 20.000 especies de abejas en el mundo, algunas sociales como la archiconocida abeja de la miel y la mayoría solitarias, en las que una hembra hace todo el trabajo de construcción del nido, puesta de huevos y provisión de alimento para las larvas. Al depender enteramente de las flores necesitan que sus ciclos de vida estén sincronizados con los de las plantas que producen esas flores, algo que, lamentablemente, no siempre sucede, lo que nos trae de nuevo a los desencuentros.

Nidos de algunas de las especies de abejas que estudiamos en Villavicencio. Arriba a la izquierda: nido de una abeja cardadora Anthidium sp., con celdillas de cría recubiertas con tricomas (“pelos” de plantas) y grava y tierra que usan para separar algunas celdillas y prevenir el ingreso de parásitos y predadores. Arriba a la derecha: nido de la abeja cortadora de pétalos Megachile leucografa, con celdillas de cría construidas con pétalos de jarilla. Centro: nido de la abeja carpintera Trichothurgus laticeps, relleno de polen proveniente casi en su totalidad de la penca, el cactus Opuntia sulphurea. Abajo: nido del abejorro carpintero Xylocopa atamisquensis, mostrando la secuencia de desarrollo desde larva a la izquierda, pasando por pupas (centro) a adultos (derecha).

Una de las líneas de trabajo que desarrollamos en nuestro grupo de investigación tiene que ver con la ecología poblacional de las abejas solitarias que hacen sus nidos en orificios de la madera. Para estos estudios usamos trampas-nido: bloques de madera agujereados donde las abejas tienen la gentileza de nidificar para que nosotros podamos estudiarlas. Gracias a las investigaciones que realizamos desde 2006 principalmente en la Reserva Natural Villavicencio sabemos de qué especies de plantas se alimentan estas abejas solitarias, en qué fechas construyen sus nidos y qué tan bien (o tan mal) les va en la reproducción (por ejemplo, cuántos huevos ponen en un nido). Con estos datos podemos estudiar los desencuentros entre las abejas y las flores y relacionarlos con el éxito (o el fracaso) reproductivo de las abejas en cada año. Eso es justamente lo que hicimos en un artículo* que publicamos recientemente, donde mostramos que estos desencuentros perjudican notablemente la reproducción de las abejas especialistas, que dependen de las flores de una o unas pocas especies de plantas para obtener su alimento y los materiales de construcción para sus nidos. Estas abejas pasan el invierno en sus sitios de nidificación esperando el momento adecuado para emerger y encontrarse con las flores de las que dependen. Nuestros datos muestran que a veces le pifian holgadamente con las fechas y llegan muy temprano o muy tarde, con consecuencias bastante desastrosas para su reproducción. Dicho de otro modo: en años de grandes desencuentros la reproducción de estas abejas suele andar bastante mal, mientras que en años de grandes encuentros (o, al menos, desencuentros más modestos) la reproducción anda bastante mejor.

Por supuesto, los desencuentros con las flores no son el único problema con el que se enfrentan las abejas en la naturaleza. También deben hacer frente a los efectos directos del clima (si hace mucho frío o mucho calor, o llueve mucho o muy poco, su supervivencia y su capacidad reproductiva pueden verse afectadas), a los predadores y parásitos que acechan sus nidos, y al cambio ambiental que generan las actividades humanas, transformando los ecosistemas naturales, introduciendo especies exóticas, modificando el clima y esparciendo contaminantes. ¿Cuánto afecta todo esto a las abejas? En eso estamos, tratando de averiguarlo.

*Vázquez DP, Vitale N, Dorado J, Amico G, Stevani EL (2023) Phenological mismatches and the demography of solitary bees. Proceedings of the Royal Society B: 20221847, https://doi.org/10.1098/rspb.2022.1847