Descubren que el calentamiento global ha incrementado los niveles de yodo en la atmósfera del Atlántico Norte
Así lo reveló un estudio internacional donde participó un investigador del CONICET.
Las concentraciones de yodo en la atmósfera se han triplicado durante las últimas seis décadas en el Atlántico Norte. A esta conclusión arribó un consorcio de científicos de diferentes países luego de analizar muestras de hielo extraídas de la península de Renland, en la costa Este de Groenlandia.
Rafael Fernandez, investigador adjunto del CONICET en la Universidad Tecnológica Nacional, Facultad Regional Mendoza (UTN-FRM) y docente en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo (FCEN-UNCuyo), forma parte del equipo que realizó este importante hallazgo: “Desde hace varios años venimos trabajando en el impacto que tiene la química de los halógenos en las regiones polares. Pero este es el primer artículo climático que presentamos con una fuerte validación experimental, que incluye un registro de medidas durante 260 años, o sea de 1750 hasta el presente”, explica.
El análisis del testigo de hielo o “ice-core”, según su denominación científica, les permitió demostrar que el nivel de yodo en la atmósfera se mantuvo constante por más de dos siglos, desde mediados del siglo XVIII hasta aproximadamente 1950. Desde entonces y hasta 2011, que son los últimos datos analizados, esos valores se triplicaron.
Por medio de una simulación computacional utilizando un complejo modelo de Química-Clima, los investigadores pudieron establecer las causas de dicho incremento: “Nuestro modelo parte desde 1950 y llega hasta 2010, y nos permitió reproducir con una correlación bastante buena cómo fue el incremento de yodo observado en el ice-core, basado en dos mecanismos de emisión que nuestro grupo de investigación ya había propuesto y publicado hace tan sólo un par de años. Lo que a nuestro criterio es la parte más interesante del análisis. Uno de los mecanismos permite explicar los incrementos de yodo desde 1950 hasta mediados de los noventa, mientras que el otro predomina desde mediados de los noventa hasta el año 2010”, detalla.
Según Fernandez, el primero de los mecanismos tiene que ver con el aumento experimentado por el ozono troposférico en el hemisferio norte, que es uno de los principales productos secundarios derivado de las emisiones de gases contaminantes liberados por la actividad humana: “El ozono se deposita sobre la superficie del océano y produce reacciones oxidativas que captan el yoduro marino, que está en estado acuoso, y lo convierten en yodo gaseoso que puede escapar a la atmósfera”, explica. Debido a que una vez en la atmósfera el yodo reacciona muy eficientemente con el mismo ozono que generó su emisión, ocurre un ciclo de retroalimentación negativa (feedback) que actúa como un amortiguador (buffer) natural, regulando el incremento de ozono troposférico producido en los continentes por la actividad humana.
Desde mediados de los noventa en adelante, los registros muestran que los niveles de ozono troposférico se estabilizaron, sin embargo el análisis fisicoquímico del testigo de hielo muestra que los niveles de yodo en la atmósfera siguieron creciendo. Según los investigadores esto se explicaría por el impacto del calentamiento global en la dinámica de formación y derretimiento del hielo ártico, que ha modificado la eficiencia de los procesos biológicos que se producen debajo de la superficie helada: “Con el calentamiento global, el Ártico no sólo se está achicando, sino que además el espesor del hielo marino es más delgado y posee mayor cantidad de poros y grietas. Esto permite que la radiación solar pueda penetrar hasta la base del hielo, incrementando la actividad biológica de distintos tipos de algas que producen distintas sustancias yodadas, las cuales pueden escapar fácilmente a la atmósfera a través de los poros y grietas. Esto se contrapone con lo que ocurría hace tan sólo 20 o 30 años, cuando debido al mayor espesor y compactamiento del Ártico, estas sustancias quedaban atrapadas debajo del hielo”, describe el científico.
“En resumen, la primera parte está relacionada más que nada con la contaminación, independientemente que esa contaminación genere o no calentamiento global, y la segunda está relacionada con el calentamiento global, independientemente de que ese calentamiento lo esté generando la contaminación atmosférica u otros fenómenos geodinámicos”, aclara el investigador.
Si bien el grupo no evaluó el impacto del incremento de yodo en la atmósfera del Atlántico Norte, Fernández señala que puede provocar efectos potenciales sobre la salud y el ambiente: “La principal consecuencia es que al haber más yodo en la atmósfera hay mayor transporte de una sustancia que es muy importante que esté presente en el sistema trófico. Por ejemplo, muchas enfermedades de la tiroides están relacionadas con la escasez de yodo. Al haber aumentado las emisiones de yodo, se han incrementado el transporte y la deposición sobre los continentes, y a partir de ahí entiendo que este elemento puede entrar a los cultivos. Desde este punto de vista, lo podés ver como algo positivo; pero también hay que tener en cuenta que los halógenos participan en numerosos procesos oxidativos, por ejemplo de mercurio, que es bastante perjudicial para la salud. Y al facilitar la oxidación de mercurio, éste también puede entrar más rápidamente en la cadena trófica, depositándose en los océanos, dónde se los comen las algas y se acumulan en los peces, lo cual no es para nada saludable”, reflexiona.
A futuro, el grupo de científicos intentará adaptar el modelo para poder realizar una evaluación global de los niveles del yodo, bromo y cloro en toda la atmósfera, incluyendo las regiones polares de ambos hemisferios: “Los cambios fueron mucho más pronunciados en el Ártico porque el incremento del ozono troposférico ha sido mucho más marcado en el Hemisferio Norte que en el Sur. El calentamiento global es más amplio y afecta principalmente a las zonas menos contaminadas del planeta, por lo cual el impacto en la Antártida y otras regiones del Hemisferio Sur debe ser bastante importante. La diferencia principal es que la Antártida es una gran pieza de hielo que se soporta sobre un continente verdadero, contando con una parte menor que flota sobre el mar. El Ártico, por el contrario, es un continente de hielo flotando completamente arriba del océano. Entonces hay un montón de particularidades que tenemos que tener en cuenta al transferir los distintos procesos fisicoquímicos, biológicos y de reciclado heterogéneo desde un polo al otro. Dentro de nuestros objetivos científicos para el futuro cercano, está el de sacar un artículo que sume tanto al Ártico cómo la Antártida”, concluye.
Ice core analizado en el estudio