Divulgación Científica

De música, definiciones teóricas y sensaciones corporales

La música, además de ser una experiencia estética, puede ser definida y entendida desde sus usos y funciones sociales.

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22 de noviembre de 2016

El 22 de noviembre se festeja el Día de la Música. La celebración pertenece al calendario católico, conmemora la muerte de Santa Cecilia. Pero no relataremos esa historia, sólo la utilizaremos como excusa. Si es el día de la música, ¿a quién saludamos?, ¿a l@s que componen, tocan, versionan, producen música?, ¿a l@s que la disfrutan?. Tal vez podemos empezar por preguntarnos qué es la música.

Hacia mediados del siglo XX, Alberto Williams -el “padre” del nacionalismo musical argentino y un importante pedagogo- publica su tratado teórico donde define a la música como “el arte de combinar los sonidos”.

Más o menos para la misma fecha, el compositor norteamericano John Cage compone su pieza 4’ 33’’, obra en la que un pianista, luego de ubicarse frente a su instrumento en una sala de concierto, sin tocar una sola nota, deja trascurrir en silencio el tiempo indicado en el título de la pieza antes de pararse y saludar a su público.

La música, en este caso, no está en la partitura, sino fuera de ella, en el ruido de la sala, en la reacción del público. En ese mismo momento, pero en Europa, el compositor francés Pierre Schaeffer consigue grabar los sonidos de su entorno de manera electromecánica. Denomina a sus registros “objetos sonoros” y los usa como la base para sus composiciones inaugurando lo que se conoce como “música concreta”.

¿La definición de la música como el arte de combinar sonidos incluirá las producciones de Cage y Schaeffer?

Me animo a afirmar que cuando Williams habla de “combinar” se refiere a una manera puntual de hacerlo, un modo determinado de organizar y estructurar las ideas musicales. Y también que su concepto de sonido no incluye el ruido de una sala de concierto ni el producido por cualquiera de los objetos o circunstancias que nos rodean.

Ahora bien, ¿significa que la definición de Williams es errada? De ninguna manera, simplemente es claro que detrás (o delante) de una definición de música también hay un marco ideológico determinado (entendiendo lo ideológico en sentido amplio).

Saltemos un poco más en el tiempo.

En 1982 el músico y musicólogo Philip Tagg define la música como “una forma de comunicación interhumana”. Se interesa especialmente por la música que circula por los medios masivos y cómo se fijan significados para determinadas estructuras musicales.

Aquí lo que importa es lo que la música tiene para decir y cómo ese mensaje es decodificado a modo de respuestas afectivas y asociativas. Simon Frith, unos pocos años más adelante, señala que la música es especialmente importante porque nos ofrece “una manera de estar en el mundo, una forma de darle sentido”.

El crítico musical observa que se trata de un fenómeno que “articula y brinda la experiencia inmediata de identidad colectiva”. Es decir, además de ser una experiencia estética, la música puede ser definida y entendida desde sus usos y funciones sociales.

Pensemos ahora en nuestras actividades cotidianas. Escuchamos música cuando nos trasladamos de un lugar a otro, ya sea de manera individual o colectiva. Alguna vez fuimos a una fiesta o un boliche donde los sonidos que salieron de los enormes parlantes nos golpearon y vibraron en el cuerpo mientras bailábamos. En algún momento musicalizamos un video familiar o de amigos e intentamos que la música le diera sentido a una sucesión de fotos. Alguna vez participamos de un concierto o recital, sentados, concentrados, escuchando atentamente. Posiblemente en alguna oportunidad nos conmovimos o enojamos con la música de una publicidad o una propaganda política. La lista podría continuar.

Sí, la música está en todas partes en nuestros días, la elijamos o no, nos guste o no. Y toda es música, sin distinciones. Diferentes prácticas, códigos y aspectos que la caracterizan. 

Entonces, volviendo a nuestra pregunta inicial, en el Día de la Música, feliz día para tod@s.

Por: Emilia Greco – Becaria posdoctoral del CONICET en el INCIHUSA