Área Metropolitana de Mendoza: el paisaje patrimonial agro-vitivinícola
Este paisaje, como la calidad del vino producida en sus tierras en la actualidad, es reconocido nacional e internacionalmente.
Por Lorena Manzini Marchesi – Equipo Historia y Conservación Patrimonial, INCIHUSA-CONICET
El paisaje agrícola – vitivinícola del Área Metropolitana de Mendoza (AMM) en el Oasis Norte de Mendoza, es una manifestación de una realidad dinámica, de naturaleza geográfica e histórica, resultado de un proceso en el tiempo, cultural y evolutivo, que involucra tanto al pasado que determinó su estado presente como a las tendencias que condicionan su futuro. El mismo es percibido por las poblaciones y articula el territorio con el patrimonio cultural, lo que permite una lectura integrada, tanto de los bienes como del territorio que los contiene y significa.
Este paisaje, como la calidad del vino producida en sus tierras en la actualidad, es reconocido nacional e internacionalmente en los mercados económicos, turísticos y culturales. A ello se le suma que el paisaje, como un bien cultural, es un recurso escaso y no renovable disponible como un capital de la sociedad. Las relaciones significativas del paisaje agrícola-vitivinícola y sus elementos constitutivos son comprendidos como un sistema patrimonial en tensión y en estrecha relación al paisaje provincial y regional.
Si bien el paisaje integra todas las etapas históricas en un todo observable, el estudio en el tiempo sobre sus cambios permite detectar capas históricas en su conformación. Los elementos patrimoniales del paisaje son: edificios, sitios, ejes y áreas de valor histórico; de ellos se destacan tipologías patrimoniales como la: molinera; vitivinícola; habitacional; ferroviaria; del agua; caminera; urbano – poblados; del petróleo; arqueológico; espacios verdes, entre otros. Del estudio realizado las capas temporales detectadas son:
A. Período capa del paisaje agro – vitivinícola proto-industrial (1850 – 1885):
En este período se produjo la transición del modelo productivo ganadero- molinero al vitivinícola capitalista decimonónico. El espacio agrícola puede integrar testimonios de diversas actividades productivas como la producción de vino, forraje, harinas, el ganado. El espacio agrícola se organiza de una forma introvertida alrededor de un espacio central. Los elementos de mayor jerarquía son la casa familiar y el oratorio. Las haciendas fueron hitos en el territorio que contribuyeron a su expansión y consolidación.
B. Período capa del paisaje agro – vitivinícola de la industrialización (1885 – 1930):
Comprende un momento de intenso crecimiento de la actividad vitivinícola, que se desarrolla entre 1885 y 1930 de una fuerte impronta industrial positivista. Éste adquirió una organización racional geométrica y eficiente, inspirada por una idea de progreso transformador propio de la modernidad al servicio de la producción industrial y el transporte. Los elementos principales son: redes de infraestructura, la red de riego es una matriz que cubre el territorio y que está vinculada a los caminos, y a la trama interna de los paños de vides. Los caminos y las calles y sus árboles que forman túneles. Los límites de las propiedades con arboledas, que forman barreras protectoras del viento. Los edificios en general se encuentran próximos al camino. Los establecimientos vitivinícolas se convirtieron en núcleos generadores de pequeños pueblos en su entorno. Las bodegas se convirtieron en edificios monumentales que cubren una amplia gama de estilos, de tipos y de materiales: fachadas italianas, de ladrillo visto y de proporciones clásicas, los estilos modernistas, pintorescos, neocoloniales y finalmente los racionalistas.
C. Período capa del paisaje agro – vitivinícola de la expansión industrial (1930 –1990):
Sentó las bases sobre las que se desarrollaron las características del período vitivinícola de la expansión industrial (1930 – 1990). La diferencia fundamental radicaba en que las características generales se manifiestan en el crecimiento de los establecimientos ya fundados; en la incorporación de grandes tanques externos a los cuerpos productivos que consolidaron la producción de masa; en el cambio de los estilos en las fachadas de las bodegas; en la incorporación de los edificios de administración; en la ausencia de casas patronales en las nuevas bodegas; en la consolidación de los poblados obreros cercanos a los establecimientos, y en las viviendas rurales para los trabajadores encargados de las viñas.
D. Período capa del paisaje agro – vitivinícola de la 2da modernización (desde 1990 hasta la actualidad):
A partir de la última década del siglo XX, se desarrolla una nueva etapa de modernización de la producción vitivinícola con una orientación hacia vinos de gran calidad, que apuntan al mercado nacional e internacional y exaltan la identidad territorial y la producción varietal, para ello fueron buscados terrenos a mayor altura, a fin de tener una mejor calidad de vino. Las bodegas se encuentran alejadas de los caminos de circulación y están rodeadas de paños de viñedos. La vista de la cordillera es un elemento mucho más importante, por la altitud y la ausencia de construcciones. Los viñedos y los edificios responden a nuevas demandas de calidad en elaboración del vino y de la sostenibilidad en la conservación medioambiental. Las bodegas son resueltas en una estética completamente moderna, alejada de modelos históricos.
E. Período capa del paisaje agro – vitivinícola de la metropolización (desde 1990 hasta la actualidad):
Este paisaje es producto del crecimiento de las ciudades cabecera, que van avanzando sobre los terrenos agrícolas. Se ha efectuado una transición de una morfología compacta tradicional a una estructura espacial discontinua, generando cambios en la localización de las actividades y usos del suelo. Conviven características de los períodos anteriores con la introducción de nuevos usos del suelo como el de barrios privados entre los cultivos, sumado a la presencia tanto de bodegas antiguas, como de las nuevas tipologías de bodegas construidas en suelos agrícolas pretéritos.
En conclusión, consideramos que el reconocimiento por la comunidad de las características distintivas patrimoniales del paisaje contribuye a su valoración como recurso y testimonio de nuestro legado cultural, que nos identifica contribuyendo de esta manera a su protección.