No tan inteligentes: ¿qué le hacen los celulares a nuestros cerebros?
Las consecuencias de nuestra relación tan íntima con los smartphones recién están empezando a comprenderse, pero tenemos abundante evidencia de su impacto en nuestra atención, memoria, concentración y autocontrol. Los efectos en niños, niñas y en el rendimiento educativo de jóvenes en Mendoza. Columna del Comité de Divulgación Científica del INCIHUSA.
Quienes ingresan a la facultad comprenden peor los textos cuando los leen en smartphones, comparados con el papel o las computadoras. Foto: Freepik. Fuente: Unidiversidad.
Por Ángel Javier Tabullo, investigador del CONICET en el INCIHUSA (Grupo LiNEL).
¿Cuándo fue la última vez que revisaste tu celular? Los smartphones son actualmente los dispositivos con mayor presencia en la vida diaria, en especial en menores de edad y adultos jóvenes. Según la consultora Sortlist, Argentina ocupa el quinto lugar en el ranking mundial de frecuencia de uso, con un promedio diario de más de nueve horas y media. Un estudio de la Universidad Argentina de la Empresa señala que los adultos y las adultas jóvenes pasan alrededor de cinco horas por día en redes sociales, más de cuatro de ellas en celulares. Por su parte, Motorola indica que cinco de cada diez adolescentes pasan doce horas al día con el celular al alcance de la mano. Las infancias reciben su primer celular alrededor de los 9 años (46 % a los siete), y el 30 % de ellos los usa más de 3 horas al día.
Las consecuencias de nuestra relación tan íntima con estas pantallas recién están empezando a comprenderse, pero tenemos abundante evidencia de su impacto en nuestra atención, memoria, concentración y autocontrol. El investigador Adrian Ward y su equipo mostraron que la mera presencia del celular a la vista (sin utilizarlo) disminuyó el rendimiento de estudiantes universitarios en pruebas de memoria de trabajo e inteligencia. Otros trabajos asociaron la frecuencia de uso de smartphones a un peor desempeño en tareas de atención simple y compleja. Un estudio realizado por nuestro Grupo de Lingüística y Neurobiología Experimental del Lenguaje (LiNEL, INCIHUSA-CONICET) y la Universidad Católica Argentina conducido en universitarias y universitarios de Mendoza encontró que quienes recibieron su primer celular a una edad más temprana tuvieron más dificultades en una prueba de atención y tuvieron más indicios de abstinencia.
Estos resultados coinciden con las recientes evaluaciones PISA (un estudio del rendimiento escolar de estudiantes secundarios), que informaron que un 80 % de los alumnos se siente distraído por sus celulares en el aula, y que aquellos que más usan el celular en forma recreativa tienen un peor desempeño en matemáticas. Los celulares también tienen un impacto negativo en la comprensión de textos: el equipo de la doctora Valeria Abusamra (CONICET) examinó a casi 2500 argentinos durante la pandemia y encontró una peor comprensión para un texto informativo leído en smartphone (comparado con PC). Mientras que otro trabajo, realizado en conjunto entre el LiNEL y la Universidad de Mendoza indicó que quienes ingresan a la facultad comprenden peor los textos cuando los leen en smartphones, comparados con el papel o las computadoras.
Para explicar estos efectos, debemos comprender que las aplicaciones del celular están diseñadas para capturar y retener nuestra atención, prolongando el tiempo de uso al máximo posible. Por eso los contenidos más populares son aquellos más rápidos, breves, atractivos o impactantes. Las redes sociales se especializan en ofrecernos gratificaciones inmediatas (los likes) y mantenernos expectantes de las notificaciones. En universitarias y universitarios mendocinos, el estudio mostró que el uso de redes sociales se asocia a la necesidad de pasar cada vez más tiempo con el celular, a usarlo en situaciones donde no es correcto (como en clase o en el trabajo) y a mayor presencia de dificultades en el control de los impulsos.
Otro de los estudios del LiNEL señaló que las redes sociales fomentan el uso del celular antes de dormir, lo cual impacta en la calidad del sueño y genera mayores problemas de memoria de trabajo (la capacidad para retener y manipular información en la conciencia) de estudiantes. Otros trabajos han podido identificar el impacto del uso de los celulares directamente en el cerebro. En ellos se encontró una disminución del grosor de la corteza cerebral en regiones vinculadas al control de la conducta o alteraciones en la actividad cerebral relacionada con las recompensas en sujetos con indicios de dependencia del smartphone.
Por otra parte, los celulares no solamente pueden tener un efecto directo al promover una actividad mental más superficial, desatenta, pasiva o dependiente de las gratificaciones inmediatas (al menos, a través de ciertas aplicaciones como las redes sociales), también pueden desplazar a otras actividades relevantes y cognitivamente estimulantes, como el juego simbólico (en la infancia), la lectura recreativa, la actividad física y las interacciones humanas “cara a cara”.
¿Y entonces qué hacemos? Sabemos que pretender detener o restringir el avance del smartphone sería tan útil como el berrinche de Sócrates (que desconfiaba de los libros) contra la transmisión del conocimiento por vía escrita. Nuestra elección posible, como usuarios y usuarias, es mantenernos informados y realizar un uso consciente y planificado del smartphone. Tratar de impedir que llevarnos la pantalla a la cara se convierta en un tic irreflexivo, o que rellenemos todos los momentos de ocio, de espera o de tiempo muerto paseando a vuelo de pájaro por tik tok, comentarios incendiarios en twitter, videos de las vacaciones de amigos de amigos y fotos de gatos en situaciones bizarras. Mantenernos alejados del dispositivo en los momentos de clase, de trabajo, de estudio o de compartir un diálogo con otras personas. Proponernos que la pantalla del celular no sea lo último o lo primero que vemos antes de acostarnos y después de levantarnos.
Como padres, recordar que tanto la OMS como la Asociación Argentina de Pediatría recomiendan no exponer a los niños menores de dos años a las pantallas, y que el tiempo diario de los dispositivos no debería superar las dos horas diarias en menores de edad. Y darles a nuestros hijos el ejemplo de cómo relacionarnos con el celular, como mantenerlo a raya durante las comidas y el tiempo compartido en familia. Por último, tener presente que el momento en que dejamos de ser conscientes de cómo (y para qué) utilizamos a la tecnología es quizás el momento en que esa tecnología empieza a utilizarnos a nosotros.